Por todos es sabido que Gwyn era un hombre muy ambicioso. ¿Hombre? Perdón. Deidad. Ambicioso en el sentido más negativo de la palabra. Si lo piensas bien, ¿quién no querría proteger a su familia y a su tierra? Está claro. Pero la ejecución de su protección se desvió al más crudo de los egoísmos. Testigo de ello es la Blanca Vía, religión que persigue a los huecos con la excusa de purificar sus almas, pero cuyo objetivo encubierto es el de alimentar las hogueras para aumentar la vida de la llama primigenia, la fuerza que permite a Gwyn ser el máximo representante de la Era de los Dioses.
Tal era el egocentrismo de Gwyn que, bajo la insospechada estrategia de proteger a su pueblo, fundó uno de los equipos más poderosos de todos los reinos, su Guardia Real. Y digo SU Guardia Real porque, a pesar de comulgar la protección de todos, los caballeros de la guardia tenían la verdadera función de ayudar a Gwyn a destruir a todo aquel que se atreviera a plantar cara a su malévolo plan.
Así es. Gwyn puso a su servicio a cuatro de los caballeros más poderosos de todo Lordran, e incluso de todo el mundo: Ciaran, la Espada del Señor; Gough, el Ojo de Halcón; Artorias, el Caminante del Abismo; y Ornstein, el Asesino de Dragones. Ellos eran conocidos por todo ser vivo e inerte como los Cuatro Caballeros de Gwyn. Cada uno de estos caballeros recibió un regalo muy valioso a cambio de sus servicios: Un anillo de poder único e inigualable.
